
Ahora,
cargado de medallas y de años, pasaba las horas recordando su vida y
experiencias para sus traviesos nietos, los cuales se deleitaban al escuchar
las entretenidas historias, las cuales enriquecían su cultura y conocimientos,
claro está, a menudo interrumpían a su abuelo consultándole acerca de tantas
parábolas. Como el caso, cuando uno de sus nietos exclamó... ¡Abuelo, no puedo
comprender el sentido!
-¿Qué es lo que no entiendes Hara... replicó el venerable anciano.
-¿Por qué abuelo el Samurai, confió en el otro hombre... Cómo podía saber que era una buena persona... Es que algunas veces debemos usar otros caminos, si queremos tener éxito en nuestras apreciaciones.. Abuelo? ¿Cómo puedes conocer lo que no se puede ver?
-¿Qué es lo que no entiendes Hara... replicó el venerable anciano.
-¿Por qué abuelo el Samurai, confió en el otro hombre... Cómo podía saber que era una buena persona... Es que algunas veces debemos usar otros caminos, si queremos tener éxito en nuestras apreciaciones.. Abuelo? ¿Cómo puedes conocer lo que no se puede ver?
El
anciano lo tomó afectuosamente, lo atrajo hacia sí y le acarició su cabeza
mientras le decía...
-Cierra tus ojos, querido hijito. -ordenó Jingaro-. Ahora dime ¿puedes verme?
-¡No, abuelo!, exclamó el niño.
-Pero tú sabes que yo estoy aquí, respondió Jingaro.
-Cierra tus ojos, querido hijito. -ordenó Jingaro-. Ahora dime ¿puedes verme?
-¡No, abuelo!, exclamó el niño.
-Pero tú sabes que yo estoy aquí, respondió Jingaro.
Los
niños soltaron la risa abriendo los ojos y exclamando:
-Por supuesto que lo sabíamos, nosotros te vimos antes de cerrar los ojos, además podíamos escucharte.
-Pero aún sin verme u oírme, yo estaría aún aquí... respondió el anciano.
-Por supuesto que lo sabíamos, nosotros te vimos antes de cerrar los ojos, además podíamos escucharte.
-Pero aún sin verme u oírme, yo estaría aún aquí... respondió el anciano.
Los
jóvenes asintieron con la cabeza.
-Y ahora, díganme ¿de qué otro modo podían saber que yo me encuentro aquí?
-Y ahora, díganme ¿de qué otro modo podían saber que yo me encuentro aquí?
El
silencio fue la respuesta. Sólo después de transcurrido un tiempo, la voz de
Hana se escuchó... "Yo creo que podría sentir que estás cerca de nosotros,
abuelo".
-¿Qué tratas de decirme...?, respondió Jingaro.
-¡Qué puedo verte aún con los ojos cerrados, abuelo!
-¿Qué tratas de decirme...?, respondió Jingaro.
-¡Qué puedo verte aún con los ojos cerrados, abuelo!
Los
otros niños empezaron a reírse, pero el anciano con un gesto los detuvo.
-Escuchen mis hijos. Existen muchas maneras de conocer cosas sin verlas con los ojos o escucharlas en nuestros oídos. Estas habilidades son importantes. Pero valiosas... por ejemplo, el Alma... si ustedes se esfuerzan concentrándose correctamente pueden llegar a desarrollar un nuevo tipo de visión. Entonces ustedes estarán más allá de los límites de vuestros ojos y oídos.
-Escuchen mis hijos. Existen muchas maneras de conocer cosas sin verlas con los ojos o escucharlas en nuestros oídos. Estas habilidades son importantes. Pero valiosas... por ejemplo, el Alma... si ustedes se esfuerzan concentrándose correctamente pueden llegar a desarrollar un nuevo tipo de visión. Entonces ustedes estarán más allá de los límites de vuestros ojos y oídos.
Habían
transcurrido varios días de aquella conversación, cuando Jingaro, sentado en su
silla preferida reparaba una antigua arma; su pelo gris y cara surcada de
arrugas reflejaban los años de dura labor, y aunque pasaba los 60, el viejo
Samurai aún lucía el vigor y la energía de hombres mucho más jóvenes.. Los
quietos pensamientos del anciano fueron de improviso interrumpidos por los
gritos de su nuera y los relinchos de numerosos caballos que se acercaban.
-¡¡¿Qué
está sucediendo?, preguntó secamente el anciano... ¡Qué pasa... pero qué es lo
que ocurre?, inquiría una y otra vez. Luego, dirigiendo la vista al patio, sólo
vio oscuridad.
De
pronto su nuera, gimiendo y llorando, entró al cuarto y llena de angustia
exclamó.
-¡Abuelo... abuelo! Por favor, cuide a los niños... Monjiro y sus bandidos han venido a robarnos, pero no sólo se llevaron el dinero, también han tomado prisioneros a Hana y han colgado a mi esposo y se aprestan a asesinarlo... Colgándose de las ropas del anciano, le suplicó ¡Debes tomar los niños y correr tratando de salvar sus vidas!
-¡Abuelo... abuelo! Por favor, cuide a los niños... Monjiro y sus bandidos han venido a robarnos, pero no sólo se llevaron el dinero, también han tomado prisioneros a Hana y han colgado a mi esposo y se aprestan a asesinarlo... Colgándose de las ropas del anciano, le suplicó ¡Debes tomar los niños y correr tratando de salvar sus vidas!

-¡¡¡Viejo -exclamó en forma burlona uno de los bandidos-. ¿Qué crees tú que puedes hacer con esa arma? Los ancianos no pueden combatir y ni siquiera puedes ver de noche... esa arma que traes necesita ser usada por un guerrero diestro, no por un anciano decrépito.
Jingaro,
sin perder la calma, murmuró. "Tomen lo que desean y dejad mi familia en
paz. Si Uds. rehúsan hacerlo tendré que matarlos". Dos de los hombres se
acercaron ondeando sus espadas sobre la solitaria figura, pero cuando se
encontraban a una distancia adecuada, Jingaro atacó con su Kusarigama y en
forma simultánea golpeó a uno de ellos en el cuello con la cadena y al otro
hirió mortalmente con la hoja afilada de su Kama (Hoz). Los dos hombres cayeron
heridos de muerte y nuevamente la voz del jefe de los bandidos se escuchó:
"Así que eres un verdadero guerrero. Lamentablemente para tí está
demasiado oscuro y nos hubieras dado muchos problemas de haber contado con la
claridad necesaria. Quedamos cuatro hombres, y todos tenemos excelente vista.
Prepárate a morir anciano."
Jingaro
no replicó y se preparó para el siguiente ataque, escuchando cuidadosamente los
movimientos de sus enemigos. Rápidamente tres de ellos tomaron posiciones
rodeándole, él respondió haciendo girar su cadena; en pocos segundos el extremo
de la cadena se había convertido en un peligroso proyectil que giraba a una
velocidad increíble. Jingaro haciendo un movimiento con su brazo hizo que la
cadena alcanzara a su adversario más próximo, al cual destrozó la cara, luego
saltando al costado, el veterano combatiente enrolló la cadena alrededor de la
espada de uno de los bandidos y haciéndole perder el equilibrio lo atrajo hacia
él, matándole con la afilada hoja de su Kama. Antes que pudiese retomar su
Kusarigama, el tercer asesino asestó un terrible golpe con su espada en la
espalda del anciano Jingaro, sintiendo que el frío acero invadía su cuerpo,
recorrió a sus muchos años de Yoroikumi-Uchi y volviéndose rápidamente con un
poderoso movimiento envolvente, con sus piernas derribó a su sorprendido
adversario para después, con veloz movimiento de su corta espada, terminar la
técnica abriendo el cuello a su enemigo. Jingaro cubierto de sangre y
mortalmente herido, enfrentó al líder de los bandidos Monjiro, el cual expresó:
"Has llegado al final del camino, anciano guerrero". Luego montando
su caballo cargó contra el anciano, el cual lo esperaba con su ensangrentada
Kusarigama. Monjiro a medida que se acercaba blandía furiosamente su espada,
pero Jingaro presintiendo el ataque, saltaba en el último instante, evitando
así los terrible golpes; el caballo volvía una y otra vez, pero el anciano, el
cual llegando casi al límite de sus fuerzas, dobló sus rodillas en el suelo
esperando el último y decisivo ataque.
Al
verlo arrodillado el bandido se acercó y levantando su espada se aprontó a
descargar el último y mortal golpe. Jingaro decidido a salvar su familia y su
honor de Samurai, reuniendo sus últimas energías se levantó lentamente del
suelo mientras escuchaba el galope del caballo que se acercaba y en el momento
apropiado evitó el ataque de la espada del bandido; luego con su cadena alcanzó
el brazo del atacante derribándole del corcel y finalmente con un golpe con la
empuñadura de madera de su arma eliminó al último de sus enemigos.
Jingaro
permaneció parado por breves instantes saboreando su más importante triunfo en
su larga y brillante carrera de guerrero. Su hijo, nuera y nietos que se habían
liberado de sus ataduras, lo alcanzaron en el preciso instante que se
desplomaba al suelo. Jingaro trató de ver el cielo pero solamente vio
tinieblas; los nietos lloraban desconsoladamente, pero el anciano sonriendo,
expresó: "Niños, por favor, recuerden lo que les he dicho, deben de tratar
de ver más allá de sus ojos, cierren los ojos y escuchen mi corazón".
Entonces,
Jingaro, ese anciano guerrero que había perdido la vista desde hacía más de 20
años, cerró sus ojos por última vez.
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